Considerado como uno de los mejores 75 jugadores de todos los tiempos, Carmelo Anthony, talento para la anotación… y ningún anillo de campeón en su palmarés
NOTA DE MARCA.- En el ganar no siempre está la belleza del deporte. Hay más allá de títulos, números y coronas. Existe la sensación de trascender. La de abanderar generaciones. Ser la contraseña de cada disciplina. Y, por ello, el deporte es un poco más triste tras conocerse la retirada de Carmelo Anthony (Brooklyn, 1984). Uno de las referencias modernas de la NBA. Un gigante basado en talento y anotación. El Rey sin corona.
Porque los números totales no lo dicen todo. ‘Melo’ no ganó ningún anillo de campeón, pero trascendió con su talento de cara al aro. El armar el tiro, buscar el aro, encontrar canasta. Repetidamente. Durante una carrera de casi dos décadas, en las que encabezó todo tipo de proyectos. Denver y Nueva York, a la cabeza de todo. Faltó ganar, pero no importó.
Además, también ganó. Carmelo fue un líder de la generación de la Selección de los Estados Unidos que cambió la cultura perdida tras el Dream Team de 1992. Tres oros olímpicos (2008, 2012 y 2016), el jugador con más partidos en la selección olímpica (31), puntos (336), tiros anotados (113), intentados (262), triples intentados (139), rebotes (125), tiros libres metidos (53) y lanzados (71).
De la camada de 2003… al amor por la anotación
Carmelo fue una ‘canasta’ andante. Definición literal del inglés, pero representación inmejorable. Todo arrancó en aquella camada de 2003, cuando se presentó como rival generacional de LeBron James. Irrumpió con fuerza, alzándose con el título nacional con Syracuse. Su final, con 20+10+7, pasó a la historia. El tercer debutante en ser MVP.
Llegó la NBA -tres del Draft- y con los Denver Nuggets lideró. Pero chocó con Kobe Bryant como rival tiránico en el Oeste, cosa que le apartó de pelear por un anillo. Los seis partidos en la final de conferencia de 2009 marcaron un tope. Se marchó con 27,5 puntos de media. Pero jamás volvería a ser lo mismo.
Denver no mejoró el equipo y en el periodo invernal fue la solución de los New York Knicks para acabar con una mala racha que se extendía desde 1973. La franquicia más icónica, sin anillos. Pero Carmelo Anthony no lo logró, aunque fue el líder de los Knicks y llegó a ser tercero en la carrera por el MVP. Siete veces All-Star, pero al mismo tiempo el más polarizante. Su estilo, firmemente anotador, no siempre convenció. Aunque los datos no tienen discusión: 26,5 puntos de media en sus tres primeros cursos -el segundo con mejor marca media de todos los tiempos-. En el lado contrario, 14 derrotas en 20 partidos de post-temporada.
El desgaste arrasó su paso final por Nueva York, para terminar recayendo en Oklahoma, Houston, Portland y Los Ángeles Lakers. Siguió fiel al tiro, aunque su rol pasó a ser más de tirador en ciertos contextos que otra cosa. No consiguió ese título. Pero fue más que eso. No importó.
El valor Carmelo
Carmelo tuvo un valor propio. En su hoja de servicios, 10 All-Star, máximo anotador en 2013 y miembro de los 75 mejores jugadores de todos los tiempos. Y más allí, un elemento estético, baloncesto diferencial… que enamoraba. A ciudades, como Nueva York. Y aficionados que le encumbraron en una era sin tanta predilección por el ataque como la actual. Carmelo fue un Dios entre dioses. Un Rey sin corona. Como si eso importase…
Nota escrita por Eugenio Muñoz Fernández de Marca