El Bàsquet Girona dio la última pincelada del cuadro que empezó a dibujar Marc Gasol en 2014 con su ascenso a la Liga Endesa este domingo. Doce años después, la ciudad catalana olvidará finalmente al desaparecido Akasvayu (2008) y volverá a ser plaza de ACB junto al Covirán Granada tras doblegar en el partido clave de la Final Four al Movistar Estudiantes (60-66).
Un ascenso brillante, meteórico, en tan solo ocho años desde que el internacional español fundó el Club Escola de Bàsquet que llevaba su nombre junto a Álex Formento, Jesús Escosa y Marc Pena como regalo por el pasado vivido, por la oportunidad para fraguar esa figura que conquistó la NBA. Una escalada lenta, pero sin pausa, que ha cumplido otro capítulo más frente a los colegiales, pero no el último porque lo importante no es llegar, es mantenerse. Y eso Marc lo sabe.
Al igual que sabía que su último baile está cerca y, por eso, no dudó en bajar de los despachos a la pista a principios de diciembre cuando el Girona navegaba por la parte baja con solo dos victorias en las primeras nueve jornadas. Era ahora o nunca. Y el despertar de su equipo fue abrumador con él a los mandos: 22 triunfos en las siguientes 28 jornadas, controlando la LEB Oro como una marioneta con 14,8 puntos y 8,6 rebotes para 23,5 de valoración de media en fase regular. Un despliegue digno de un campeón de la NBA que aterrorizó también en el playoff, en las semifinales de la Final Four y que jugó lesionado esta final. No era para menos.
Su aportación numérica contra el Estu fue sobresaliente a pesar de sus problemas físicos: 11 puntos (5 de 5 de dos), 8 rebotes , 4 robos y 2 tapones para 27 de valoración. Pero por encima de estas cifras, estuvo enorme como coordinador de cada detalle en pista, como ancla ofensiva y como terror defensivo. Pero no estuvo solo porque el papel del resto de sus compañeros es de matrícula de honor. Empezando por Fjellerup, que cerró con 19 puntos y dio una exhibición física en el uno contra uno y siguiendo por la manita de Vecvagars: 13 tantos con un 3 de 3 desde el triple.
Y todos a una en defensa frente a unos estudiantiles que vuelven a defraudar por enésima vez en la última década a su afición. Aunque parezca difícil, el Estudiantes siempre encuentra una manera nueva de romper el corazón a su afición. Es un arte. Es un suma y sigue difícil de asumir y que debería llevarse por delante a toda la cúpula directiva del club. Fueron los responsables del descenso y son los responsables de no subir. Ellos configuraron la plantilla con el mayor presupuesto de la competición para fallar en los momentos claves y ellos decidieron el cambio de entrenador. Y el próximo año llegan curvas, el San Pablo Burgos y el MoraBanc Andorra. La estancia en la LEB Oro puede ser más larga de lo que se creía si esto no cambia radicalmente y la bula papal ya no da para más.
El Girona desplegó una versión sublime de baloncesto control. En Segunda solo necesitas dos cosas: defensa y acierto en el perímetro. Y tuvieron ambas. Sobre todo la primera, dejando a Johnny Dee en 8 puntos (1 de 5 en triples) y a Kevin Larsen en unos tristes 4. Solo Beirán fue capaz de dar la cara multiplicándose en todos los lados de la cancha. Cerró con unos insuficientes 13 puntos (3 de 9 desde el perímetro) y 12 rebotes para 16 de valoración.
Con la segunda, desde el exterior, supieron castigar cuando más lo necesitaron. Controlaron el marcador en cada momento y se dieron el gusto de estirarse hasta el +14 (43-57) a finales del tercer periodo. El Movistar trató de regresar del infierno… y por casi lo consigue con más fe que cabeza. Con más sangre que piernas: se situaron a dos (58-60) con tres minutos para acabar. Fracasaron en el último abordaje por la vuelta de Marc a cancha como lleva fracasando el club y la institución sobre una cancha de baloncesto desde hace diez años. El Girona es ACB.
Nota de José Ignacio Pinilla para AS